PONCHI MORPURGO

OBITUARIO EN RECUERDO DE PONCHI MORPURGO (1933-2022)

EL MEJOR TELÓN PINTADO

Ponchi fue y será por siempre una persona que cambió mi vida.

Desde que la conocí, al inicio de la universidad, me di cuenta que era especial sin saber todavía quién era. Sus maravillosas clases me transportaban desde la antigüedad hasta la actualidad de la escenografía y el vestuario, con lujo de detalles. Nos hacía viajar con cada imagen y analizar la potencia de las mismas cinematográficamente.   

Su eterno curriculum es debido a que trabajó en todos los tipos de espectáculos en los que una directora de arte, escenógrafa y diseñadora de vestuario haya podido. Desde la ópera de cámara con su padre a los grandes teatros de Buenos Aires, del cine nacional a los festivales internacionales, desde los inicios de la televisión en tiempos que pocos tenían acceso, al reconocimiento popular y masivo de programas que persisten en el imaginario colectivo; y de su rol como docente, dejando una huella imborrable en miles de personas y varias generaciones de profesionales. Formada en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, desde chica empezó a trabajar en producciones teatrales y operísticas. Con el paso del tiempo, llegó Manuel Antín a su vida, y con él, ese cine que ambos lograron construir con amor y dedicación. “Los venerables todos”, “La cifra impar”, “Circe”, “Don Segundo Sombra” o “Allá lejos y hace tiempo” por nombrar solo algunas. Quizás diría la dupla más poética y longeva que ha dado el cine argentino en todos los tiempos. Cuando llegó la TV a la Argentina, aprendió de aquellos que la trajeron. Fue pionera en su campo y realizó los diseños escenográficos y de vestuario de programas que todavía hoy siguen vigentes o novelas que quedaron en el recuerdo del espectador como “Amo y señor”, “La extraña dama”, “Alta Comedia” o los primeros programas televisivos de Alejandro Romay y Gerardo Sofovich. Sin embargo, creo no haber visto su imagen o alguna de sus creaciones por estos días en la televisión argentina.

La obra maestra de Ponchi y Manuel fue la FUC, donde dio cátedra ininterrumpidamente durante 30 años hasta finales del 2021. Ella era el Alma Mater de esta prestigiosa institución que supo ganarse un lugar en el país y en el mundo. Tiempo después, interesado cada vez más en sus clases, su vasto conocimiento y su labor profesional, me invitó a unos ensayos, y luego a sus propios proyectos donde comencé a asistirla por años. Era su última etapa como profesional, cada producción que hacía tenía su sello personal, con las ganas y la pasión de quien apenas se inicia en un proyecto artístico, pero con la experiencia de una profesional sin igual. Su arte era refinado, complejo y elegante, al igual que ella. Una gran madre y abuela, con sus niños y también con los ajenos a la familia. Amiga de Julio Le Parc, Federico Padilla, Guillermo de la Torre, Santiago Elder, Azelio Polo, Julio Cortázar y Magdalena Ruiz Guiñazú, entre muchísimos otros.

Fue la profesora que elegí para que me entregara el diploma y años después, la que me eligió para acompañarla. Un regalo del alma de quien más admiraba. En cada proyecto que hacía, me aconsejaba, me ayudaba, me apoyaba y me criticaba constructivamente. Sus figurines eran impecables, podía definir con claridad cada movimiento artístico, o identificar la esencia de una persona con una sola frase, aunque la veía por primera vez. Su ojo era indiscutible y muy formado. Lizy fue testigo de sus métodos de trabajo, que incluían una exhaustiva investigación, referencias, datos precisos de la ubicación temporal en la que sus personajes habitaban los espacios o vestían cada época, con un cuidado minucioso de los materiales, un expresivo uso del color y una elección práctica de las telas en función del personaje. Miles de actores, cantantes y bailarines interpretaron a personajes que llevaban sus creaciones.

En 2019, se pudo concretar un sueño que tenía desde hacía muchísimo tiempo: un Taller de Dirección de Arte, que con la gran ayuda de los profesores Adriana, Mariela y Lucas llevamos a cabo con mucho amor y dedicación. Ver el avance de cada encuentro era una alegría para ella. Estaba atenta y contenta de lo que sucedía con los alumnos, con sus prácticas y experiencias. Y cuando venía era una fiesta absoluta, sacaba fotografías, dialogaba con los alumnos o daba indicaciones precisas con la ironía propia de un genio. En cada uno de mis viajes, le compartía fotos o videos de esos bellos detalles exóticos que ella me había enseñado, y por supuesto como siempre me respondía con una nota al pie con su desopilante humor y su vasto conocimiento. Como Amadeo bien la definía “era un libro abierto”, pero sin presumirlo. Cuando me enteré que tenía que viajar para el certamen internacional me dijo: “andate aunque sea caminando”. Y así lo hice.

Afortunadamente, el año pasado, con todos los protocolos, pruebas y una fuerza de voluntad arrolladora, logró volver a las clases. Con cámaras de cine, micrófonos inalámbricos, primero de forma híbrida, luego presencial, con la ayuda de Darío, Yael, Ari y especialmente la ayuda y el acompañamiento de la profesora Mariela. Recuerdo que luego de esa primera prueba piloto me dijo “Nico, te voy a hacer un monumento”, a lo cual le respondí que para mí era un placer, que estaba para ayudarla y que iba a seguir aprendiendo a su lado. Desde ya, que el monumento hay que hacérselo a ella, a quien admiré y de quien aprendí como miles de estudiantes a lo largo de las décadas. Era tal su energía y sabiduría que, con el pasar de los días me escribían de otras comisiones, incluso exalumnos para poder estar en sus clases. El regreso había sido exitoso, los alumnos y ella estaban felices. Creo que nadie podía creerlo, pero lo logramos. Un clima universitario que nunca antes había vivido. Terminó la cursada firmando autógrafos y ovacionada por los jóvenes, como una estrella hollywoodense.

El domingo pasado, mamá me llamó para que mirara el cielo: era un atardecer con todos los colores posibles, entre rojos, naranjas y amarillos, con pinceladas de celestes, lilas y grises en las nubes que se movían lentamente como si se tratara de un telón de fondo escenográfico. En esa hora mágica para el cine, nos dejó quizás el mejor telón pintado que jamás haya visto.

Fue la mejor profesora que tuve y ahora me seguirá guiando de otra manera.

Como siempre le dije, un honor haber sido su discípulo.

Gracias Ponchi, ya sabés que te quiero… ¡pero no te das una idea de lo que te voy a extrañar!

Nicolás Isasi

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